Economía de urgencia.

Economía de urgencia. Por Ernesto Ganuza e Irache Ganuza. 

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Érase una vez un libro, reflejo de un espíritu. Un libro ameno por la sencillez y claridad con la que afronta su empresa: diluir los mensajes del nuevo espíritu del capitalismo con azucarillos para que cualquiera pueda comprender lo bueno de sus recetas. Posee un formato similar al de tantos otros libros que con ocasión de la crisis económica y social salen al mercado a llenar de ideas la mente del lector. Pero en este caso, ideas de muy distinta clase y condición a las que nos tiene acostumbrados la marea multicolor de indignación. Los autores están convencidos de que su mensaje puede permitir la creación de una atmósfera positiva entre los ciudadanos para paliar los males endémicos de España: baja productividad, abandono escolar, mano de obra poco cualificada, etc. Están seguros de ello y no escatiman esfuerzos en poner ejemplos de lo que cuentan. Tienen  una intensa vocación pedagógica. Lo demuestra su empeño en llevar el libro a los institutos, como si fuera a los jóvenes estudiantes a quienes fuera dirigido, a las futuras generaciones que sí pueden cambiar esos males con su formación y, sobre todo, buen entendimiento de cómo funciona esto de la economía. Esa ciencia, dicen los autores, neutral, desprovista de ideología y presupuestos filosóficos que “estudia la distribución de los recursos limitados con usos alternativos”. El conocimiento alcanzado gracias a esa disciplina ayudará, según los autores, a “formar” a los agentes sociales del futuro a la hora de adoptar decisiones, sabiendo a qué se renuncia y qué se gana con ellas. A los autores se les impone así una tarea irrenunciable: la de ilustrar a la juventud.

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La mejor reseña de este libro es la historia de su difusión, a la cual dedicaron los autores energías renovadas en su afán de hacer llegar su “manual” a los jóvenes españoles. Poco después de salir el libro a la calle, los autores acudieron a un instituto de Aluche a compartir su libro con jóvenes estudiantes “de un barrio obrero”, “de la periferia de Madrid”, según sus propios comentarios. Es allí, decían, dónde más falta hacen sus recetas, para proporcionar un futuro exitoso a chavales que por descontado no lo tienen. Esa tensión fue excusa para que un periodista de El País se interesara por el encuentro. Los paladines del nuevo capitalismo frente a los jóvenes de un barrio obrero del sur de Madrid. El periodista olía sangre y allí fue para hacer un artículo de impacto que mostrara la lucha de clases aún viva. La decepción del periodista que meses después aún no ha escrito una línea al respecto, evidencia la ingenuidad con la que los autores del libro afrontan su empresa divulgadora, llena de estereotipos, pero, sobre todo, muy lejana del mundo real. La charla fue tranquila, transcurrió con toda normalidad. Los autores expusieron sus tesis, los alumnos hicieron preguntas correctas que ellos contestaron sin más. Y así, en aquella clase se vieron desfilar las viejas tesis neoliberales de la elección racional disfrazadas ahora de naturalidad:  a) en la lógica de los incentivos se agota el comportamiento humano, no hay nada ni a nivel individual ni a nivel colectivo que se haga sino por la búsqueda de beneficios; b) la política es así un mal endémico, pues el político es un corrupto incapaz de pensar en términos de interés general; c) la crisis se explica porque  los economistas “decimos lo que pensamos que se tiene que hacer, pero después los que deciden son los políticos, porque han sido elegidos por la población para hacer lo que quieren los votantes”, de ahí la necesidd de ilustrar a una población incapaz de pensar en lo que le conviene, en su kantiana minoría de edad; d) la desigualdad económica, lejos de ser injusta puede ser beneficiosa para todos, en primer lugar porque los sueldos astronómicos de algunos son un incentivo necesario a la hora de tener buenos profesionales (cómo si no iban a desempeñar su trabajo), y en segundo lugar porque la miseria laboral de otros (inmigrantes sin papeles) mejora en realidad su situación dado que en sus países de origen es mucho peor; e) el estado ha de minimizarse para potenciar el capital emprendedor de los individuos, estos gracias a su iniciativa harán que la economía crezca más y mejor; f) porque la economía siempre ha de crecer más y mejor; g) no es deseable pagar muchos impuestos –es un claro desincentivo para las grandes empresas- e igualmente no conviene dar casas a los desahuciados o a quien las necesita, pues ¿quién se iba a esforzar por conseguirlas?; h) el verdadero responsable de la sangrante desigualdad global es el consumidor, pues es él quien haciendo uso de su libertad de elección prefiere comprar una camiseta china de 3 euros que una española de 15; etc.

La profesora, que había servido de contacto entre el Instituto y los autores, andaba un poco mosca. Esperaba más de sus alumnos, una mayor discusión, como la que tienen habitualmente en su clase de Filosofía. En numerosas ocasiones habían tratado las contradicciones de un mundo globalizado solo a nivel financiero, la falacia de aplicar el individualismo metodológico hobbesiano a todo comportamiento humano, el reduccionismo neoliberal que entiende la libertad desde su dimensión negativa como falta de coacción exterior, olvidando la esencial dimensión positiva que la hace posible, la de las condiciones materiales y simbólicas que permiten realmente la acción. Cuando terminó el acto y volvieron a clase, ella les interrogó con cara de perplejidad sobre su actitud pasiva y dócil, una actitud que provocó que el periodista dejara de mostrar interés por una clase más, corriente y previsible. Al ver su cara de perplejidad, los alumnos  la acusaron: “¡Profe, no nos dijiste que fueran tan de derechas!”.

Ese acto sea, quizá, el mejor resumen de un libro divulgativo pero muy tendencioso. Que aparentando ilustrar pretende adoctrinar en los dogmas que sostienen el sistema neoliberal. Los alumnos del instituto de Aluche lo captaron y no le dieron más importancia. “Si no discutimos -le decían a su profesora- fue por respeto. Después de todo el trabajo que han hecho para escribir el libro, venir aquí y contárnoslo, se merecían respeto”. Así nos va, con economistas que piensan que la política sobra y periodistas que no terminan de contar una historia que, esta sí, habla de política.

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